miércoles, 25 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD


Autora:  Ana Maria Sanchez Sanchez.

1º Premio en el certamen anual convocado por Excmo. Ayto. de Villaluenga de la Sagra (Toledo)

De mi madre aprendí el  arte de la empatía, en una época en la que yo aún ni sabía que existía ese arte.  En aquellos años de mi primera infancia mi juego favorito era observar cualquier gesto, cualquier cambio en el rostro impasible de mi madre y adivinar que sentía en ese momento. Sentada en la silla sobre mis rodillas, los codos apoyados en la mesa, mi cara apoyada en los brazos, podía pasarme media tarde observando a mi madre. Sentada  en una sillita baja, mi madre había volcado el monedero en su falda y contaba en silencio las monedas que habían salido de él
-Ven acá que te arreglo las trenzas –me dijo de pronto sin levantar la vista –y deja de mirarme con esos ojos de mochuelo. Quiero que vayas a hacerme un mandado
Abrí  la boca para protestar al tiempo que miraba hacia el otro lado de la mesa, donde mi hermano Pablo hundió la cabeza en el cuaderno en que hacía sus deberes, pero la cerré al instante. Hacía muy poco tiempo que había conseguido que mi madre me considerara suficiente mayor ya para poder ir sola a hacerle pequeños encargos a la tienda, mandados lo llamaba ella.  –Ándate a la tienda de la Sra Milagros –me dijo mientras rehacía mis trenzas –y tráeme un bote de leche, pero asegúrate que es del castillo, no me traigas otra que no la quiero –continuó, mientras me ponía el abrigo y me anudaba la bufanda –ten el dinero, lo llevas justo. Vamos date prisa y no te entretengas por el camino que ya viene la noche.
Vivíamos en una calle alejada del centro del pueblo, la última fila de casas antes de que comenzara el campo.  Sembrados  de cebada rodeaban el núcleo de casas que formaban la pequeña población castellana donde crecimos mi hermano Pablo y yo. Mi madre se llamaba Hortensia, había enviudado cuando yo tenía solo ocho meses de edad, de mi padre solo sabía lo que ella me había contado mientras me enseñaba las fotos que guardaba en una caja de zapatos, un camión se lo llevó una mañana cuando se dirigía en bicicleta a su trabajo en una cerámica  en el pueblo de al lado, mi hermano Pablo, dos años mayor que yo si tenía recuerdos de él –alto, era muy alto –me decía cuando le preguntaba  por él.

Salí a la calle, no eran aún las siete pero ya oscurecía, estábamos en Diciembre de 1968, sorteaba los charcos porque mis botas katiuskas estaban muy gastadas aquel invierno y apurándome me dirigí a la tienda de la Sra Milagros situada en la plaza del pueblo.

Una vaharada de olor y calor me dio en la cara al abrir la puerta del pequeño establecimiento al tiempo que un tintineo de campanas avisó a la dueña de mi llegada
-Ya vaaaa….-se oyó al fondo del pasillo mientras un arrastrar de pasos trajo a la Sra Milagros hasta la tienda. Envuelta en su eterna toquilla, recuerdo que la llevaba siempre en cualquier época del año,  la Sra Milagros me saludó -Mira quien es, la pequeña hija del  Antolín, ayyy   suspiró –Si tu padre te viera ya. ¿Qué quieres hijita?-Me preguntó al fin.
 –Quiero un bote de leche –le contesté –pero dice mi madre que sea del pastillo que si no no la quiere
-¿Del pastillo? –repitió la mujer asombrada y una risa cavernosa  surgió de su pecho y amenazó con ahogarla –del pastillo repetía entre toses y risas, será del castillo mujer, anda anda toma llévatela, que yo sé que anda tramando tu madre-Continuó mientras reía-…Espera, -Me miró seria de repente –Quiero enseñarte una cosa, espera ahí  -volviendo a perderse por el pasillo de la trastienda. La tienda de la Sra Milagros me fascinaba, una multitud de artículos diversos convivían en un orden caótico, colgados de las vigas del techo pendían a la vez, botas de trabajo, herramientas de todas clases, tocino de la matanza, cualquier cosa que se pudiera necesitar lo encontrarías allí y sería envuelto  en el mismo papel que servía para todo, el inevitable papel de estraza. –Aquí está, mira lo que me acaba de llegar, mira qué maravilla –me enseñó una caja y en su interior una muñeca como yo nunca había visto, la sacó con cuidado y al incorporarla abrió unos grandes ojos negros –fíjate que novedad, si la tumbas volverá a cerrar los ojos, ¿ves? –me preguntó mientras la inclinaba y levantaba seguidamente. Yo estaba fascinada, tenía unos hermosos rizos negros, el vestido de gasa azul a juego con los zapatos….en ese instante deseé con todas mis fuerzas poseer aquella muñeca…-Vamos vuelve a casa que es tarde –Me dijo la Sra Milagros mientras guardaba la muñeca en su caja –no te regañen por mi culpa. No, dile a tu madre que este se lo regalo yo -Me dijo al ver que yo le entregaba el dinero de la compra. Me guiño un ojo  y continuó riendo mientras salía –El pastillo –repetía…y su risa me acompañó al exterior. Caminé de vuelta a casa despacio, pisando los charcos ensimismada en mi pensamiento, volviendo una vez y otra al momento fascinante en que la muñeca abrió los ojos y me miró…
-¡Vamos ojos de mochuelo¡ -Me gritó mi hermano mientras corríamos de vuelta a casa de la escuela al día siguiente –Ojos de mochuelo -Repitió para chincharme, después de habérselo oído a mi madre la tarde anterior. Iba yo mascullando mi rabia contra él y me paré en seco al pasar por el pequeño escaparate de la tienda de la Sra Milagros. Allí sentada en su caja, me miraba la muñeca.  Mi hermano había vuelto sobre sus pasos y me miró al fin –Cierra la boca –me dijo riendo y buscó en el escaparate la causa de mi admiración –No sueñes que la tendrás  -Me dijo tristemente –Cuesta sesenta  vales, lo pone en la caja. -¿Qué es un vale? –Pregunté –mama me enseño la otra tarde las monedas y me dijo como se llamaban, pesetas, duros…Pero vales no tenía.¿ No le pagan a mama la costura con vales? –Mi hermano me miró con ternura. –Vamos –Me dijo –llegaremos tarde a comer y mama se enfadará.  Corrí tras él, mientras pensaba que quizá los vales era el dinero con que los Reyes Magos pagaban a las tiendas los juguetes que luego repartían a los niños, pero mi hermano mayor ya llevaba tiempo intentando convencerme de que los Reyes Magos existieron solo una vez, muchos años atrás y al único niño que le llevaron regalos fue al niño Jesús, y aunque me resista a abandonar la ilusión con la que cada año esperaba que los Magos pasaran por casa, un pensamiento nuevo fue abriéndose paso en mi mente, el que quizá los vales eran las monedas que cobraban los padres  por su trabajo y por eso mi madre no tenía en su monedero.


Y llegó al fin el esperado comienzo de las vacaciones de Navidad.  Corríamos Pablo y yo con nuestro boletín de notas hacia casa cuando al pasar por delante del escaparate me detuve como llevaba varios días haciendo, pero la muñeca no estaba. Una tristeza infinita me subió por la garganta, -se la han llevado- pensé- alguien que tiene vales se la ha llevado a casa. Continué mi camino con la cabeza gacha, mi hermano volvió sobre sus pasos y echándome el brazo sobre los hombros me consoló –ya te dije que no podía ser.
Pronto la vorágine de los preparativos para la navidad me envolvió haciéndome olvidar mi sueño. Me gustaba ayudar a mi madre a preparar los dulces típicos de esas fechas, una vez terminados los envolvía en un paño y guardaba en la despensa, donde acabarían servidos en el intercambio de visitas que como cada año los vecinos y familiares se hacían unos a otros. En el comedor, sobre una mesita de rincón, Pablo y yo habíamos colocado nuestro nacimiento, esos días solía pararme delante de él y mirando al niño Jesús en su cuna le preguntaba – ¿verdad que si existen los reyes magos? ¿Verdad que si vendrán?
Los días pasaron velozmente y llegó la víspera de Reyes  –Venga a la cama –nos ordenó mi madre viendo que Pablo y yo remoloneábamos alrededor de nuestros zapatos ya colocados delante de la estufa –Es tarde ya
Lo primero que hicimos al despertar fue salir corriendo hacia el comedor. Delante de nuestros zapatos estaban las tan necesarias botas katiuskas, nuevas, relucientes. Sonreí con resignación y me dispuse a cogerlas cuando un grito de sorpresa escapo de los labios de Pablo, cayó sobre sus rodillas y cogió una caja que había sobre una silla. El juguete de moda de aquel año y que habíamos visto en tv, la caja de juegos reunidos que tantas horas de juego prometía para los días fríos de invierno, Pablo estaba extasiado sin articular palabra, alcé la vista y la vi, allí
sentada en la silla, mirándome con sus grandes ojos negros, sus rizos, su vestido azul, allí estaba mi muñeca. La abracé al tiempo que miraba a mi madre que con una sonrisa tímida me miraba anhelante, pero algo detrás de ella llamo mi atención, un destello de luz brillante escapaba por la puerta entreabierta de la despensa, corrí a ver que era y al abrir las puertas lo vi. Alineados en la balda de arriba, colocados en filas de tres, una hilera de botes de leche, desnudos de etiquetas, devolvían la luz que recibían desde la estufa del comedor, y en ese momento rompí a reír a carcajadas, envuelta en la inmensa dicha de comprobar que la magia si existía, que había estado presente en la tenacidad de mi madre para conseguir mi sueño, en la complicidad de la Sra. Milagros, en la luz que aun emanaba de mi padre ausente…supe que la magia anida en el corazón de las personas y desde allí sale para dar felicidad a los demás…
Aun hoy día sigo sintiendo el fluir en mi corazón de aquella magia de mi niñez, y hoy se que de mi madre aprendí la grandeza de las pequeñas cosas.

En-hora buena a la autora por su segundo primer premio en este certamen anual.

                              FELIZ NAVIDAD. QUE LA MAGIA OS ACOMPAÑE.

2 comentarios:

  1. hala que chuloooo...no sabia que lo habias publicado que guay jejeje graciaaaas

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  2. hala que chuloooo no sabia que lo habias publicado que guay jejeje graciaaaasss....ejem...publica el del año pasado venga jajajajaj

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